A 13 de octubre de 2025
En comunidades arrasadas por las recientes lluvias, los vecinos se convierten en rescatistas y sepultureros, mientras el luto y la desesperación se mezclan con un grito unánime de ayuda.
Poza Rica Veracruz, Hidalgo, Puebla estos Estados afectados, El olor a tierra mojada y lodo no logra ocultar otro más penetrante y triste: el de la pérdida. En medio de lo que fueron sus hogares, ahora montañas de escombros, árboles caídos y pertenencias destrozadas, los habitantes de varias comunidades golpeadas por las tormentas de los días pasados libran la batalla más dolorosa: recuperar a sus muertos.
No hay maquinaria pesada, ni equipos de rescate de alta tecnología. Son las manos desnudas, palas y la determinación desesperada de vecinos y familiares las que hurgan en el fango. Escenas desgarradoras, capturadas en videos que circulan profusamente en redes sociales, muestran a hombres y mujeres con los rostros embadurnados de lodo y lágrimas, cargando sobre sus hombros ataúdes improvisados o los cuerpos inertes de sus seres queridos, envueltos en sábanas y mantas.
El Luto en Vilo
“No nos quedó nada, solo el dolor”, relata María González, una mujer de 60 años que perdió a su esposo cuando un derrumbe sepultó su vivienda. Su testimonio, entrecortado por el llanto, es un eco de decenas en la región.
Tuvimos que sacarlo nosotros mismos, con la ayuda de los muchachos del pueblo. No podíamos esperar más
Estos videos, de una crudeza estremecedora, han conmocionado a la nación. Se ven grupos de pobladores, convertidos en improvisados equipos de rescate, trabajando incansablemente bajo un cielo que, aunque ahora en calma, les arrebató la paz. Las imágenes de familiares abrazando los cuerpos sin vida, rodeados de la destrucción total, son un testimonio gráfico de la furia de la naturaleza.
La Espera por la Ayuda
Mientras realizan la penosa tarea de dar sepultura a sus fallecidos, la lucha por la supervivencia se intensifica para los vivos. Cientos se encuentran a la intemperie, sin techo, durmiendo a la intemperie o hacinados en albergues improvisados en escuelas o iglesias que, milagrosamente, resistieron en pie.
Se necesita mucha ayuda para nuestros hermanos que están sin techo, algunos sin alimentos
clama Javier Hernández, un líder comunitario que coordina los pocos suministros que han logrado llegar. “El agua potable escasea, no hay medicinas para los enfermos y los niños están pasando hambre. Las ayudas oficiales se anuncian, pero aquí, en el terreno, la llegada es lenta y no basta”.
Las carreteras destruidas y los puentes colapsados han complicado enormemente la logística, dejando a muchas comunidades completamente aisladas y dependientes de la solidaridad entre ellos y de la ayuda que pueda llegar por helicóptero o a través de rutas alternas peligrosas.
Un Llamado a la Solidaridad
Frente a la magnitud de la tragedia, las peticiones de ayuda se multiplican. Centros de acopio en las ciudades cercanas comienzan a recibir donaciones de víveres, agua, ropa y medicamentos. Voluntarios se organizan para intentar llegar a las zonas más inaccesibles.
Las autoridades han declarado la zona en estado de emergencia, pero para los que lloran a sus muertos entre los escombros, las promesas y los protocolos parecen un eco lejano. Su realidad inmediata es la pena, la resiliencia forzada y la lucha diaria por un mendrugo de pan y un litro de agua limpia.
La naturaleza demostró su poderío, y ahora, en el silencio que dejó la tormenta, solo queda el sonido del lamento y la firme determinación de un pueblo que, ante la adversidad, se levanta con sus propias manos, incluso para cavar las tumbas de los suyos.